Retrato del bosque pálido

En el pálido bosque una voz aguda se asoma entre las hojas muertas del otoño, la brisa de la tarde aturde a las aves cansadas de cantarle a la mañana.

Los cuervos despiertan con la tormenta que se aproxima, los árboles rugen, lloran, gritan, se mecen con el viento como si quisieran desenterrar sus raices del suelo para irse volando sobre las montañas.

El atardecer casi se termina. El cielo es invadido por alas negras que van tejiendo una noche oscura, los ojos de los buhos brillan invocando a la luna, las flores casi dormidas imploran por las estrellas, quienes se mantienen despiertas para velar por los sueños del bosque...

Una gota frágil que moja apenas la punta de la hoja mas pequeña del árbol más grande da pie a un rugido estruendoso que se extiende por el cielo, la tormenta simula cristales molidos y veloces que cortan la hierba...

Se nubla el cielo nocturno, solo la luna se ve intacta, como contemplando un espectáculo. El bosque parece inmovil, solo se escucha el debil susurro del único cuervo que no llegó al horizonte, en agonía cae con la tormenta sobre una cama de petalos muertos, la lluvia es tan fuerte que el cuerpo del ave es atravezado por esas gotas disfrazadas de navajas diminutas.

En un charco de sangre se ha convertido su aposento.

El viento sopla más fuerte para despedir a la tormenta...

En el bosque se saborea el silencio que reina después de la tempestad, todo inmovil, frio.

Y el ave se ha convertido en una costra roja con alas que de pronto abre los ojos, respira y se va volando hacia la mañana regando sangre sobre los valles...

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